El paso de los años no ha ocasionado desgastes en los gustos por la joyería. Existen referencias de siglos atrás que hablan de la creciente popularidad que fueron adquiriendo y cómo pasaron de ser un elemento distintivo de realeza y poder a convertirse en símbolos de belleza al alcance de la mayoría.

El adorno fue aumentando en importancia a lo largo de los siglos XIII y XIV, ya que era una forma de ostentación en todos los ámbitos europeos, y que además era utilizado tanto por mujeres como por hombres, por todas las clases sociales, e indistintamente por cristianos, judíos y musulmanes. De hecho incluso los niños utilizaban joyas, aunque normalmente eran versiones más pequeñas de las que usaban los adultos, y se utilizaban cristales de colores en vez de piedras preciosas.

Las joyas eran un elemento distintivo del estatus social de quienes las portaban, ya que por ejemplo, los reyes y los nobles utilizaban piezas realizadas en oro y en plata, adornadas con piedras preciosas, mientras que las clases más humildes empleaban metales más pobres, como el cobre o el estaño, decorados con vidrio coloreado para imitar las gemas más caras. Peros también el uso de la joyería mostraba las creencias religiosas y las supersticiones en las que creía el portador de la misma. Cabe señalar que las tres religiones creían que podían protegerse o sanar mediante la utilización de joyas que tenían poderes mágicos (debido a las cualidades de los materiales con los que se realizaban).

Eran los orfebres los que realizaban las joyas y aunque no hay demasiada información sobre como creaban un diseño si que sabemos que cuando el trabajo de estos artesanos era con piezas complejas e importantes, y sobre todo, si había un contrato de por medio, utilizaban el oro y las piedras que traían los propios clientes. Y es ese proceso de elaboración de las piezas donde se requería una gran técnica y delicadeza por parte del orfebre, siendo muchas veces superior a lo que otros artesanos medievales realizaban. Estos orfebres se dotaban de un alto grado de paciencia y precisión, preparando correctamente los materiales para realizar una ejecución perfecta del trabajo.

Los metales más preciados para la elaboración fueron obviamente el oro y la plata. Ya desde la Antigüedad, y durante el siglo XIII, casi todo el oro procedía de las zonas auríferas de Nigeria y de la Costa de Oro, en el África occidental, siendo el metal controlado por las potencias musulmanas mediterráneas. Sin embargo en la Península Ibérica en el siglo X había zonas auríferas en las regiones de Murcia, Alhama y Córdoba, por lo que era un lugar rico en este metal que además era de buena calidad. Luego estaría la plata, cuyo descubrimiento y por tanto, su utilización, fue posterior a la del oro y el cobre. Esta plata se empleaba habitualmente para realizar piezas muy baratas, que iban desde botones y ojales, a perfumadores y piezas de tocador, hasta por supuesto, todo tipo de joyas. La plata en la Península Ibérica se obtenía en las zonas de Cartagena, en el valle de Benasque, en Montalbán, Ibiza, exportándose en algunas ocasiones de la Corona de Aragón a la de Castilla.

En cuanto a las técnicas utilizadas con estos materiales, tendríamos el repujado o ahuecado del metal por la parte posterior, el dibujo con cincel o el grabado y vaciado del metal (para el oro y la plata). Pero también se utilizó la filigrana y el granulado, unas técnicas muy antiguas que importaron los griegos y fenicios (dos técnicas que se solían emplear conjuntamente). Para la filigrana se utilizaban dos hilos de distinto espesor, usando el más grueso para crear el contorno y el más fino para los detalles. El granulado consistía en pequeñas esferas de oro que se soldaban a la lámina.

No todas éstas piedras eran genuinas, se hacía uso frecuente de la chapería o la joyería de imitación que se utilizaba de ornamento en los ropajes, los tocados e incluso en los cinturones. Los llamados tallistas eran quienes se ocupaban de preparar estos materiales para su utilización. Uno de estos trabajos era el de los camafeos, muy populares en la Edad Media. Estos objetos eran piedras preciosas que tenían distintas vetas de color y que se tallaban en bajorrelieve, de forma que la figura tallada tuviese una coloración distinta a la de la base. Por lo general iban enmarcados en oro y a veces en piedras preciosas. La mayoría de estos camafeos eran del mundo clásico que se conservaron hasta la Edad Media, por eso a lo largo del siglo XIII fue muy popular su reutilización en las joyas del momento.

A principios del siglo XIV se descubrió una nueva técnica para cortar las piedras de forma angular, que procedía de la India y Persia y que se perfeccionaría a partir del siglo XV. Se conseguía con esta nueva técnica que las piedras tuviesen más brillo y reflejos, siendo los diamantes los que más se beneficiaron pues hasta entonces solo se utilizaban en forma de octaedro con aspecto de pirámides que se unían por la base.

Teniendo en cuenta todo esto, los estudios han realizado una distribución en cuanto a la tipología de las joyas medievales:

  1. Joyas de uso funcional, en el que se incluirían las piezas que tenían una finalidad práctica, como son los botones, broches o cinturones, utilizados para ajustar distintas prendas del atuendo.
  2. Joyas ornamentales, cuya finalidad era meramente decorativa; entre ellas estarían los collares o sartales, los pendientes o arracadas y los zarcillos, las ajorcas y brazaletes o pulseras, así como los anillos o sortijas.
  3. Joyas con valor simbólico, como era la corona.
  4. Joyas de uso devocional, con un significado religioso explícito.

Por más que pase el tiempo no dejan de sorprendernos las diversas formas en que las joyas fueron formando parte del día a día de los seres humanos como elemento prácticamente común en la usanza habitual de ricos y pobres. En próximas entregas seguiremos tras nuevos elementos curiosos en la historia de la joyería.